EL MAGISTERIO DE PRIMERAS LETRAS EN LAGUNA DE CAMEROS DURANTE LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XVIII
Si bien es cierto que durante el comienzo del reinado de los “austrias” ya se tienen noticias de las primeras escuelas infantiles, es durante el siglo XVII, cuando éstas se van a ir extendiendo muy poco a poco por toda la península ibérica. Así podemos comprobarlo en un documento de 1622 donde se habla de la necesidad de crear una escuela de niños en Laguna. Se trata de un asiento en el Libro Iº de Fábrica de la Iglesia Parroquial, realizado con motivo de la visita pastoral diocesana girada por Don Joseph Bendigar y Arellano en representación del obispo de la diócesis calahorrana D. Pedro González del Castillo. El asiento del libro dice así: “Ottrossi Porqto sumd ab isto El gran daño quesesigue no aya Maestro de niños enesta Villa y q los mochachos Andanperdidos manda sumd sebusque Maestro y selede Lasacristia paquecon ella y lo que Leda la Villa Enseñe a los niños” (Otro sí, porque su merced ha visto el gran daño que se sigue no haya maestro de niños en esta villa y que los muchachos andan perdidos, manda su merced se busque maestro y se le de la sacristía para que con ella y lo que le da la villa enseñe a los niños) (1).
Partiendo de lo que se podría considerar como "educación difusa, aquella que presta la familia, la iglesia y la comunidad donde se habita, y que se produce de un modo natural y espontáneo por el mero hecho de vivir en sociedad" (2), la enseñanza escolar ha ido paulatinamente institucionalizándose y haciéndose cada vez más presente en las sociedades a lo largo de toda la Edad Moderna, primero con el humanismo renacentista del XV-XVI y posterior y fundamentalmente debido al impulso modernizador de La Ilustración, en la segunda mitad del XVIII. Las primeras escuelas públicas infantiles solían nacer bajo el amparo de la Iglesia, que las utilizaba como medio de adoctrinamiento, pero poco a poco fueron formando parte del patrimonio colectivo de los municipios y el salario de los maestros empezó a ser costeado por ayuntamientos, en muchos casos acompañados por aportaciones de los padres de los escolares cuando las economías familiares lo permitían.
Es en el siglo XVIII, con la nueva monarquía borbónica, cuando ya podemos encontrar escuelas de primeras letras en todas las ciudades y en gran parte de los pueblos de Castilla, incluidos los muy pequeños. La recuperación demográfica de este siglo, que contrasta con el acelerado crecimiento del XVI y el posterior estancamiento y decadencia del XVII (3), junto con la prosperidad burguesa, el aumento de las rentas en el medio rural y la subida del comercio artesanal propiciaron un crecimiento económico que se tradujo entre otros muchos aspectos en la generalización de las escuelas por todo el medio rural peninsular. Para comprobarlo, vamos a echar mano de un documento sin par que nos dará una radiografía de la situación escolar en el Reino de Castilla a mediados de este siglo, el Catastro de Ensenada. Puesto en marcha durante el reinado de Fernando VI por el Secretario de Hacienda y riojano Zenón de Somodevilla y Bengoechea, Marqués de la Ensenada, con una finalidad eminentemente fiscal, no cumplió las expectativas iniciales de servir para formalizar una recaudación tributaria mas igualitaria, en palabras de la época “para alivio de los vasallos”, pero la ingente cantidad de datos proporcionados en él han servido para dar a conocer infinidad de aspectos de la sociedad dieciochesca, desde padrones de habitantes hasta apeos de la riqueza, pasando por ser una fuente de información geográfica, catastral, estadística, jurídica, económica e incluso histórica de primera magnitud. En fin, magna obra de obligada consulta para conocer la realidad de la sociedad del final del Antiguo Régimen (4).
Vamos a seguir en este post las notas del trabajo “Los maestros de primeras letras en La Rioja a mediados del siglo XVIII” (5) cotejándolos con los del Catastro de Ensenada referidos a Laguna.
En la respuesta conjunta a las preguntas nº 30, 31, 32 y 33 del Interrogatorio de la Villa de Laguna que los responsables locales del Catastro dieron en el año 1751, haciendo una relación pormenorizada de los trabajadores y ocupaciones en el pueblo, se puede leer lo siguiente: “Juan de Ataure por lo que gana por Maestro de esquela organista y Notario Apostolico y salario que le da la Yglesia 1400 r.” (4). La media de ingresos totales del maestro se sitúa alrededor de 950 r. en los 207 núcleos de población de entonces, en la que hoy es Comunidad Autónoma de la Rioja y que en esa fecha pertenecían a las provincias de Burgos y Soria (Laguna concretamente a la de Burgos). Y en el libro Mayor de lo Raíz de legos, donde se verifican, comprueban y en su caso son rectificados por los responsables locales del catastro los datos declarados por cada vecino en su declaración jurada, se dice que Juan Joseph de Atauri gana por maestro escuela, 540 r., por notario apostólico de 100 a 110 r.,“conforme las dispensas de casados aya, que si fallan estas no llega a esto” y por organista, “por el cavildo”, 100 r., “por la yglesia”, 300 r. y “por la villa”, 350 r. En total esos 1400 r. /año que veíamos más arriba. En conjunto, si consideramos todas la profesiones que ejerce, un salario mayor que el de la mayoría de los vecinos que se dedicaban a la labranza, a otros oficios e incluso a la fabricación de paños de lana, aunque significativamente menor que el del médico y el del boticario (que pasaba de los 4.000 reales).
No estaba por tanto demasiado mal pagado el maestro, a pesar del dicho clásico “pasar más hambre que un maestro de escuela”, si lo comparamos con el resto de salarios del medio donde vive, pues a menudo, como hemos visto, ejerce otra u otras profesiones (sacristán, fiel de fechos, campanero u organista y notario apostólico, como en este caso) con las que complementar sus ingresos. Es decir, que en general, estrecheces sí podrían pasar como tantos otros vecinos, pero hambre, no. También podemos observar, como muchas de estas segundas profesiones estaban ligadas a la iglesia, lo que aumentaba en cierta medida su estimación social. La mayoría de ellos no poseía titulación de ningún tipo, aunque unos pocos habían sido examinados en algún centro de reconocido prestigio, título que exhibían al formalizar las escrituras de contrato con los ayuntamientos.
Las fuentes de financiación para el pago del salario del maestro eran fundamentalmente tres, municipal (el concejo asumía el pago tanto de maestro como el de otros empleos “conducidos” como boticario, albéitar, médico, cirujano, barbero y sangrador, etc), particular (las familias de los escolares) y la caridad (obra pía o fundación). Las dos primeras a veces se complementaban. En una sociedad rural tan dependiente del medio, cuando las cosechas escaseaban por las circunstancias climatológicas, también el salario del maestro se resentía al mermarse las arcas municipales y los ingresos familiares. En cuanto a los pagos podían ser numerarios o en especie (fanegas de trigo o cebada). Veamos lo que ocurría en Laguna. En la declaración jurada que Juan Joseph de Atauri presenta a los encargados del catastro dice lo que gana por el salario de maestro de primeras letras: “Tendre regularmente por maestro de primeras letras; un año con otro de quarenta y seis a cinquenta y quatro muchachos en la escuela; de treinta a treinta y seis de leer, y paga cada uno por todo el año seis reales, los restantes diez y ocho o veinte poco mas o menos de escribir y estos pagan por año doze reales y entre estos vecinos habra de cuatro a seis contadores que pagan por año diez y ocho reales vellon” (4). Es decir, alrededor de esos 540 r. que le calcula el Libro Raíz citado arriba, pagado por los padres de los escolares que aprendían a leer, a escribir e incluso a contar.
La importancia social del maestro en el siglo de Las Luces era incuestionable en una sociedad rural como la castellana, donde el maestro no se dedicaba a las labores agrícolas, ni al “vil” comercio (considerado entonces como deshonroso). Su condición de servicio público era aceptada en todos los pueblos. Es decir, eran personas respetables y tratadas de don, que tenían un empleo distinguido y una alta estimación social. Muchos eran o se consideraban hidalgos y para el desempeño de su cargo se les exigía limpieza de sangre y esmero en su conducta con arreglo a los preceptos morales de la Religión Católica imperante. En el citado memorial, Juan Joseph de Atauri, el maestro de Laguna dice, que “no tengo estado conocido en esta villa, aunque todos mis ascendientes han sido de su origen vizcaynos y algunos donde viben estan reconocidos por hijos dalgo” (4).
A pesar de otro dicho clásico, “la letra con sangre entra”, no parece del todo cierto que el maltrato escolar por parte de los maestros fuera generalizado y que fueran siempre bien toleradas por toda la sociedad de entonces ciertas prácticas de maltrato infantil. Si bien es cierto que la percepción social del maltrato y la tolerancia hacia éste ha ido cambiando significativamente desde épocas pretéritas hasta hoy, no lo es menos, que algunas situaciones extremas por parte de algunos maestros tampoco eran bien vistas. Y para comprobarlo se puede recurrir a la documentación judicial del AHPLR donde aparecen un buen número de pleitos por parte de los padres contra los maestros por crueldad con sus hijos escolares.
La situación de las escuelas y los maestros durante este siglo XVIII en los países de nuestro entorno europeo, como Francia, Inglaterra, Portugal, Bélgica o Italia, a pesar de lo que a veces pudieran pensar los que sistemáticamente ven nuestra historia de forma muy pesimista, no era muy diferente a la doméstica. Los métodos de enseñanza y la disciplina eran muy similares. En la práctica totalidad de escuelas de primeras letras de toda España, los maestros centraban sus esfuerzos en enseñar de forma empírica a los niños, solamente a los niños, a leer, escribir y contar (6), y como no a memorizar el sempiterno catecismo de la Religión Católica, como no podía ser de otra manera en un país como el nuestro, donde este credo era único y obligatorio. Recordemos que la escolarización se producía entre los cinco o seis y los doce o trece años aproximadamente, sólo para niños, y que el calendario escolar estaba fuertemente influenciado por el ciclo anual de las labores agrarias.
Los pueblos de la hoy Comunidad Autónoma de La Rioja vivían una situación un tanto privilegiada con respecto a otros territorios de la Corona, debido fundamentalmente a la actividad económica relacionada con “la viña” en el valle y con “la lana” en las serranías. Había maestros en más de la mitad de ellos, una proporción más elevada que en otras provincias limítrofes, como Cantabria, Guadalajara y Palencia y semejante o incluso un poco superior a la de Madrid. Había maestro en pueblos con apenas unas decenas de vecinos e incluso en algunos casos, cuando el pueblo era muy pequeño, los escolares acudían al pueblo más próximo con escuela estable. También en los pueblos riojanos había altas tasas de alfabetización y salarios de maestros más elevados que en otras provincias, lo que viene a demostrar la alta estima social de esta profesión en nuestra tierra. El total de habitantes que da el Catastro para el territorio de la actual provincia de La Rioja, según cálculos de Santiago Ibáñez (aplicando un coeficiente de 4,21 para la conversión de vecinos en habitantes) es de 117.892, agrupados en 207 núcleos de población. El número total de maestros de primeras letras es de 123, lo que nos da un ratio de un maestro por cada 958 habitantes (7). En fin, la situación en este siglo, sobre todo después de su segunda mitad cuando se da un verdadero impulso a esta educación motivado por las ideas modernizadoras de La Ilustración (6), contrasta bruscamente con la posterior a la Guerra de la Independencia, en la que se produce un retroceso importante en todos los parámetros relacionados con la educación escolar infantil. Pero esta realidad del siglo XIX la veremos en otro post.
No podemos dejar de comentar, siquiera sucintamente, la situación de las maestras en un contexto fundamentalmente masculino como el que comentamos. Teniendo en cuenta que no hay apenas escuelas de niñas en las que se pague del común a las maestras, la presencia de alguna es excepcional. Se consideraba que para la mujer lo importante no era que aprendiera a leer y escribir, sino que fuera una “buena ama de casa” y “cuidara a su marido e hijos”. El Catastro identifica al sujeto fiscal con el cabeza de familia que normalmente era el “hombre de la casa”. Apenas sabían leer y escribir y básicamente enseñaban la doctrina cristiana.
AHDL. Libro Iº de Fábrica de la Iglesia Parroquial de Laguna de Cameros. Año 1622. Auto de visita del Benemérito Don Joseph Bendigar y Arellano. También, ALLONA Y CAÑAS, B. Ensayo de Monografía Histórica de Laguna de Cameros. Imprenta y Librería Moderna. Logroño. 1925, p. 41.
Zapater Cornejo, M. Escuelas de indianos en La Rioja. IER. Logroño. 2007, p.54.
Para La Rioja, véase, Gurría García, P.A. La población de La Rioja durante el Antiguo Régimen demográfico, 1600-1900. IER. Logroño. 2004. Y para el conjunto de España, véase, Nadal, J. La población española (Siglos XVI a XX). Editorial Ariel. Barcelona. 1986.
WEB del AHPLR. Catastro de Ensenada. Laguna de Cameros. Año 1751.
Gómez Urdáñez, J.L., Pascual Bellido, N. y alii. Los maestros de primeras letras en La Rioja a mediados del siglo XVIII. Brocar, nº 43. 2019. pp. 127-161.
Escolano Benito, A et alii. Historia ilustrada de la escuela en España. Dos siglos de perspectiva histórica. Fundación Germán Sánchez Ruipérez. Madrid. 2006.
Ibáñez Rodríguez, S., Armas Lerena, N. y Gómez Urdáñez, J.L. Los señoríos en La Rioja en el siglo XVIII. UR. Logroño. 1996. pp. 27 y 28.
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